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El año en que aprendí a soltar

  La ciudad comienza a despertar lentamente. El ruido todavía no se decide a ser ruido, los autos avanzan con la calma de un día que recién se arma, y yo abro una libreta que llevaba demasiado tiempo cerrada. Vuelvo a escribir, no por costumbre, sino por necesidad. Hay silencios que pesan tanto que uno debe romperlos aunque duela. Muchos creen que escribir es sencillo, que se trata de juntar palabras y ya. Pero escribir exige sinceridad, y la sinceridad no siempre se deja atrapar. Aun así, lo hago porque sé que alguien, en algún lugar, puede encontrar en estas líneas un espejo. Una compañía. Un “yo también”. Ayer caminaba con mi hijo mayor. El viento golpeaba suave, moviéndonos la ropa, como si intentara ordenar también mis pensamientos. Y, sin pedir permiso, una canción de Pedro Suárez-Vértiz regresó desde la memoria. En ella comparaba la vida con un potro salvaje. La imagen se encendió como una escena de película: el mercadillo, las luces, la música de fondo, los niños aferránd...

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