HOLA
Hay un peso particular en las historias que no se cuentan, una presión silenciosa que se acumula con los años hasta que exige ser liberada. Nacen para ser contadas. Con esa certeza, y con la necesidad casi física de soltar, nació el proyecto que llamé El Camino hace poco más de medio año. Fue, antes que nada, un acto de supervivencia: abrir las compuertas de la memoria y dejar que todo aquello que había guardado fluyera por fin.
A mis 47 años, el equipaje es abundante y complejo. En él se mezclan las cicatrices de un divorcio, que me enseñó sobre finales y la difícil tarea de reconstruirse desde los escombros. Alberga la fortaleza forjada en la batalla diaria de criar a mis hijos como padre soltero durante más de siete años; una época de dobles turnos, de ausencias y presencias, pero sobre todo, de un amor incondicional que se convirtió en mi único norte. Resuena también el eco de la disciplina y la camaradería de mi tiempo como militar, una experiencia que te enseña el valor del orden en medio del caos. Y vibran aún las ondas de una antigua vida en la radio, mi primera gran pasión. Todo lo que la vida me ha regalado —lo bueno, lo malo, las pérdidas que te marcan a fuego y los aprendizajes que te salvan— ha ido llenando este espacio interior.
Hoy, parte de esa vocación por comunicar me lleva a las aulas de un prestigioso instituto aquí en Lima. Enseñar Comunicación y Periodismo a las nuevas generaciones es más que un trabajo; es una forma de devolver algo, de ver cómo la semilla de la curiosidad germina en otros.
Pero El Camino es distinto. Es mi territorio más íntimo. Es mi espacio de catarsis, un mapa detallado de mis propias heridas. Cada vez que me siento a escribir, es como iniciar una excavación arqueológica en mi propio pasado. A veces encuentro fragmentos dolorosos, otros me devuelven una alegría olvidada. Al ponerles palabras, no solo las entiendo mejor, sino que las transformo. Y mi esperanza siempre ha sido que este espacio trascienda lo personal. Que cada una de las más de cincuenta historias que ya hemos publicado sirva como un faro en la niebla para quien atraviesa una tormenta similar. Los mensajes que recibo, las más de 4,500 visitas desde octubre, me confirman que no voy tan equivocado, que en las historias de uno resuenan las de muchos. Que no estamos solos.
La vida, sin embargo, siempre sorprende con desvíos que no aparecen en ningún mapa. Hace poco, un amigo me pidió ayuda para crear las cortinas de su radio online. Un favor sencillo, casi mecánico. Pero al sentarme frente al micrófono, al editar los sonidos, algo se despertó en mí. Un músculo que creía atrofiado volvió a flexionarse. La magia de la radio, esa compañera fiel de mi juventud, seguía intacta. Descubrí que aún existe un público que busca esa conexión, especialmente mi generación, la que lleva los años 90 grabados en la memoria como una banda sonora imborrable: el rasguido de una guitarra grunge, la melodía de un pop alternativo, la voz de un locutor que te acompañaba en las noches.
De esa chispa nostálgica nació Naitin FM. Comenzó como un juego, un experimento para revivir aquella época. Lanzamos una señal de prueba, casi sin expectativas, y ocurrió algo increíble. La gente empezó a conectarse. Uno, luego diez, luego decenas. El chat se llenó de saludos, de peticiones, de recuerdos. Esa conexión inmediata nos dio el impulso para dar el siguiente paso, para llevar la estación a plataformas como TuneIn y TodoRadio, para sonar más fuerte, más claro, para que esa fogata digital llegara a más gente.
Confieso que la intensidad de estos nuevos comienzos nos obligó a una breve pausa, a un invierno creativo. La vida a veces exige detenerse, tomar aire y asimilar los cambios para poder seguir con más fuerza. Pero extrañábamos esto: la escritura, la música, la reflexión, la comunidad. Por eso vuelvo a escribir hoy, para decirles que el viaje continúa con energía renovada.
El Camino sigue explorando los senderos del alma y NightIn FM sigue poniendo la banda sonora al viaje. Son dos lenguajes distintos —la palabra y la música— pero cuentan la misma historia: la nuestra. Un intento de compartir, de acompañar y de celebrar este hermoso y caótico presente que se nos ha regalado.
Los invito a seguir caminando a nuestro lado. Aprendamos a disfrutar del trayecto, con todas sus pausas y sus desvíos.
Nos seguimos viendo y escuchando. Gracias por estar ahí.
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