MIL OFICIOS
Desde que tengo memoria, el trabajo siempre ha estado a mi lado, como un compañero silencioso que me empujaba a moverme, a buscar, a no quedarme quieto. Tal vez fue porque crecí en los años ochenta, cuando la economía en el Perú era un rompecabezas imposible, y si uno quería un gustito —unas zapatillas, una salida, una ropa nueva— había que ingeniárselas. Mi madre me lo enseñó temprano: “haz las cosas bien, hijo, hazlas de manera correcta, aunque cueste”. Y así fue.
El primer recuerdo nítido que guardo es de cuando mi abuelo y mi padre me llevaban a las obras eléctricas que tenían. Yo era apenas un niño, pero ahí estaba, cargando herramientas, observando cómo corrían los cables por las paredes, aprendiendo sin darme cuenta. Ellos me daban una propina por acompañarlos, y yo me sentía grande, útil. Hoy, cada vez que en casa cambio un tomacorriente o arreglo una llave de luz, recuerdo con gratitud esas primeras lecciones.
A los doce años me picó el deseo de tener mis primeros zapatos de cuero. Le pedí ayuda a mi madre, y ella me consiguió un trabajo en una pequeña empresa casera: cortar moldes de cuerina, esas suelas diminutas para zapatitos de bebé. Trabajé un mes entero y junté cien soles, los primeros que gané con mis propias manos. Con ellos compré los zapatos que soñaba. Nunca he sido de lujos ni marcas famosas. Siempre me vestí sencillo: jeans sin marca, polos de colores básicos, zapatillas oscuras. Hoy, que la moda minimalista está de moda, sonrío al pensar que yo ya vivía así desde antes, por necesidad y por convicción.
Pero claro, también tuve mis antojos de adolescente. Recuerdo esas zapatillas con luces de colores, o las Reebok que se inflaban como globitos. Nunca las tuve, pero siempre las quise… y hasta hoy siguen siendo una ilusión.
Después vinieron más oficios: fui vendedor de lotería en la puerta de las Nazarenas, vendí electrodomésticos vestido con ropa prestada —porque en los noventa, para vender tenías que lucir elegante—, y en la tienda me animaba a hacer karaokes para llamar la atención de los clientes y vender más. Siempre me llamó la atención un poco el show, pero sobre todo la radio, el micrófono, esa magia de trabajar frente a él.
Luego me tocó ser cobrador de combi, gritando las paradas en la ruta hacia Manchay mientras estudiaba locución y comunicación audiovisual. A los 17, por curiosidad, le pedí al chofer que me enseñara a manejar. Y lo aprendí, no porque lo necesitara para trabajar, sino porque quería saber cómo se sentía conducir ese monstruo de fierro en plena pista.
También fui militar. Esa historia ya se las he contado. Y luego regresé a mi primera pasión: la radio. En paralelo, en mis tiempos libres, apoyaba a mi abuelo y a mi padre en su empresa de electrificación.
Fui ambulante, vendí en mercados, fui organizador de eventos y conciertos, tuve una banda de rock. Grababa videos para bodas, he sido fotógrafo, maestro de ceremonias, e incluso conserje de un edificio durante seis meses. He trabajado en la radio, en televisión, he viajado mucho. Fui manager de artistas y recorrí con ellos Sudamérica y Centroamérica, hasta llegar a México y Texas.
Hoy tengo 47 años. Miro atrás y me asombra la cantidad de caminos recorridos. He pasado por momentos duros, de lágrimas, y por otros de inmensa alegría. Todo me ha formado. Todo me ha enseñado.
Y aquí estoy, después de tantas estaciones, con un mismo destino: seguir aprendiendo, seguir soñando. Porque todavía hay metas inconclusas, caminos por conquistar, aprendizajes que esperan.
Y ahora quiero hablarte a ti, que estás leyendo estas líneas. Si estás empezando tu vida laboral, si a veces sientes que te falta camino, escucha bien: no te rindas. No importa lo pequeño que parezca tu inicio, ni lo difícil que esté tu presente. La vida se construye paso a paso, con esfuerzo, con sacrificio, con entusiasmo. Cada fracaso enseña, cada logro fortalece, cada caída te prepara para levantarte más alto.
Si tienes un sueño, créeme: lo puedes lograr. Pero no basta con soñarlo, ni con esperar que llegue. Tienes que levantarte, moverte, equivocarte, volver a intentarlo y no perder nunca la pasión. Porque los sueños no llegan solos: hay que perseguirlos.
No importa de dónde vengas, ni cuántas veces te digan que no se puede. Tú sí puedes. Porque lo que realmente cuenta no es lo que tienes ahora, sino lo que estás dispuesto a construir con tus manos, tu corazón y tu voluntad.
Así que, levántate. Camina. Avanza. Tropieza, pero sigue. Sonríe incluso cuando duela. Y jamás olvides esto: vas a lograrlo. Porque si yo, que fui mil oficios, pude recorrer mi camino… tú también puedes conquistar el tuyo.

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