¿VALE LA PENA EL ESFUERZO?

Así empezamos 2018


Era temprano cerca de las 5 de la mañana, me había acostado temprano el día anterior así, que sin querer me desperté. La casa estaba en silencio, apenas el ruido de la maquina de café (haciendo su magia) y mis perras queriendo mirar quien estaba en la sala. Tenia tiempo antes que se levantara la tribu, abrí mi laptop, como casi todos los días, para revisar el correo, las notificaciones del trabajo, de las redes y de mi blog.

Entre mensajes de rutina, encontré uno distinto. El remitente no me sonaba, pero la primera línea decía: “Hola, Daniel. No suelo escribirle a desconocidos…”. Y ya con eso me atrapó.

Me contaba que primero me había escuchado en Spotify, en uno de los episodios de mi podcast. Que algo en esas palabras le había removido recuerdos y preguntas. Y que, después de leer varias de mis historias en el blog, sintió que debía escribirme.

El mensaje decía así:

*Llevo quince años de matrimonio. Tenemos dos hijos adolescentes. Y, aunque suene duro, ya no sé si quiero seguir.

No tenemos una relación violenta, pero sí muy desgastada. Discutimos por todo: el dinero que nunca alcanza, las decisiones sobre los chicos, incluso por tonterías que antes pasábamos por alto. Hablamos poco, y cuando lo hacemos es con cuidado, como si cualquier palabra pudiera encender otra pelea.

Lo que más me duele es que nuestros hijos nos escuchan. No gritos ni insultos, pero sí ese tono duro, seco, que congela el ambiente. Me pregunto qué pasará por sus cabezas.

Mis amigas me dicen que lo deje, que piense en mí, que recupere mi vida. Que sola voy a estar más tranquila. Y sí, parte de mí quiere creerlo… pero otra parte piensa en mis hijos, en lo que hemos construido, en los años que no se recuperan.

Entonces me pregunto: ¿vale la pena tanto esfuerzo? ¿O es mejor dejar que todo termine?*

Cerré la laptop y me quedé mirando por la ventana como iba aclarando el cielo, escuchando a mi cafetera que anunciaba el menú "Café calientito listo".

Voy a ser claro: no soy psicólogo, ni terapeuta familiar, ni especialista en crianza. Soy periodista y docente de educación superior. Más allá de eso, he sido padre soltero durante varios años, y sobreviví a un divorcio desastroso que dejó cicatrices profundas. Sé lo que es criar solo, lo que es sentir que el futuro se tambalea y lo que es preguntarte, con el corazón en la mano, si vas a poder con todo.

Pero también sé lo que es volver a levantarse. Hoy, después de todo aquello, llevo 7 años felizmente casado con Noelia, mi esposa, una mujer que ha sabido —y sabe— guiar a mis hijos con amor, firmeza y sabiduría. Juntos luchamos para que ellos tengan una buena vida, sean felices, y el día de mañana formen familias fuertes. Queremos que crezcan sanos, que no se conviertan en hombres dañados que repitan heridas, sino en hombres que construyan hogares llenos de respeto y amor.

Por eso mi respuesta a este mensaje, no viene de un libro de teoría, sino de la experiencia de haber perdido, de haber llorado, de haber aprendido que no siempre huir es la salida y sobre todo de estos años de casado donde he podido reafirmar esta teoría.

En la mayoría de los casos —y subrayo, en la mayoría, porque cuando hay abuso o violencia la historia cambia— sí vale la pena intentarlo. No solo por la relación en sí, sino por lo que esa relación representa para los hijos. Ellos no aprenden del amor perfecto, sino del amor que lucha. Del amor que, a pesar del cansancio, busca reconciliarse, perdonar y volver a empezar.

Claro que el esfuerzo cansa. Habrá días en los que parezca que todo va a romperse. Pero si ese esfuerzo se traduce en hijos que crecen con el ejemplo de que el amor se cuida y se trabaja, entonces no es tiempo perdido, es una siembra que dará fruto en ellos… y en las familias que algún día formarán.

No tengo todas las respuestas, pero sí sé algo "el cambio que soñamos para el mundo empieza en casa". Y, a veces, empieza con una decisión valiente y silenciosa: quedarse… y luchar.


Así vamos 2025

Cuídense, nos vemos en El Camino.


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