EL VIA CRUCIS DE BUSCAR COLEGIO, SI TU HIJO ES AUTISTA

 


Qué tal, amigos. Hoy quiero compartirles una historia muy personal, un testimonio de vida que seguramente muchos padres de niños neurodivergentes podrán entender. Porque ser padre ya es un desafío, pero cuando descubres que tu hijo no encaja en lo que el mundo llama "normal", el camino se vuelve un poco más empinado.

Ser padre siempre es un reto, pero cuando tienes un hijo neurodivergente, el camino se vuelve aún más complejo. En mi caso, soy padre de un adolescente con autismo (Asperger, grado 1), y el inicio de esta travesía estuvo lleno de incertidumbre, dudas y un sinfín de preguntas.

Desde pequeño, noté que Mateo no hablaba tanto como los hijos de mis amigos. Mientras otros niños interactuaban con facilidad, él parecía vivir en su propio mundo. En los parques, en las fiestas infantiles, en cualquier entorno social, su manera de relacionarse era diferente. Como cualquier padre preocupado, lo llevé al pediatra, luego a un neurólogo, y finalmente a un neuropediatra.

Conseguir una cita en el Instituto Nacional de Ciencias en Barrios Altos fue todo un desafío. Era un lugar complicado de acceder, con largas filas desde la madrugada. Las colas comenzaban desde las 3 de la mañana, y en muchos casos, los padres pasaban la noche allí para asegurarse un turno. Yo no fui la excepción, lo hice porque Mateo lo valía. Finalmente, logramos la consulta con un neuropediatra, y aunque el diagnóstico inicial no fue definitivo, nos dieron las primeras pistas: rasgos de autismo, posible Asperger, incluso un posible TDAH.

Recibir la noticia fue un golpe duro. Hasta ese momento, el autismo era solo una palabra que había escuchado de lejos. Nunca imaginé que formaría parte de nuestra historia, me sentí como si la vida me hubiera dado un boleto sin previo aviso, enviándome en un viaje que jamás planeé. Pero hoy, con los años recorridos, puedo decir que ha sido el viaje más hermoso, lleno de amor, desafíos y aprendizajes.

El desafío de la educación

La siguiente batalla fue encontrar un colegio adecuado. Durante los primeros años de educación inicial, la diferencia no parecía tan marcada. Mateo no era muy sociable, pero tampoco le preocupaba demasiado si nadie jugaba con él. Sin embargo, al llegar a primaria, todo cambió.

Cuando intentamos inscribirlo en un nuevo colegio, nos encontramos con una barrera invisible pero muy real: la discriminación. En muchos colegios, la conversación siempre era la misma:

—¿Tiene vacantes para tercer grado?
—Sí, señor, tenemos vacantes.
—Perfecto, quiero matricular a mi hijo.
—Claro, venga a la entrevista.

Pero cuando llegábamos con Mateo y notaban que "era diferente", la vacante desaparecía.

—Lo sentimos, pero el cupo ya fue tomado.

Era como si, de un momento a otro, los colegios jugaran a la magia: donde antes había espacio, de repente ya no lo había. Esto se repitió en colegios privados, católicos, evangélicos, estatales… cientos de puertas cerradas. No buscaba que lo pasaran de año sin esfuerzo, sino un lugar donde pudiera aprender, ser respetado y crecer sin ser víctima de bullying.

Finalmente, encontramos un colegio donde pudo cursar tercer y cuarto grado. No fue fácil. Siempre nos llamaban por algún comportamiento "fuera de lo común", por su ecolalia o su dificultad para expresarse fluidamente. No necesitaba apoyo para moverse o relacionarse, pero sí para ciertas materias, especialmente matemáticas.

En quinto grado, encontramos un colegio diseñado para niños neurodivergentes. Sonaba ideal, pero pronto descubrimos otra realidad: algunos colegios "inclusivos" solo usan esa etiqueta para lucrar. Al revisar su aprendizaje, nos dimos cuenta de que Mateo no avanzaba. Sí, aprendía habilidades básicas, pero la enseñanza académica era mínima. No había pedagogía inclusiva real, solo una rutina de mantener a los chicos ocupados.

Para Sexto grado decidimos retirarlo. Justo en ese momento llegó la pandemia, y con ella, un nuevo reto. La educación virtual no funcionó para él, las clases eran un caos, los profesores no sabían manejar la tecnología, y Mateo simplemente no conectaba con la dinámica digital.

Entonces tomamos una decisión: educación en casa, mi esposa fue el motor de esta etapa. Con su insistencia, paciencia y amor, Mateo siguió aprendiendo. Nunca dejó de hacerlo, con profesores particulares y mucho esfuerzo, logró niveles que muchos pensaban que no alcanzaría.

Y aquí quiero hacer un paréntesis. Dios sabe lo que hace y cuándo lo hace. Mi esposa ha sido fundamental en este proceso, su convicción de que Mateo no tenía una discapacidad mental, sino una forma distinta de aprender, fue clave para que él floreciera. Porque si un niño puede aprender a manejar un videojuego, puede aprender cualquier otra cosa, siempre que se le enseñe de la manera correcta.

Un nuevo comienzo

Después de la pandemia, encontramos otro colegio. Uno que parecía ser el indicado, con un enfoque en habilidades prácticas como panadería, cocina y artes. Mateo aprendió mucho, pero el nivel académico seguía siendo insuficiente. Se enfocaban más en que los chicos tuvieran herramientas para la vida laboral que en formar una base sólida de conocimientos.

Al terminar sexto grado, enfrentamos nuevamente el reto de buscar un colegio para secundaria. Preguntar, insistir, tocar puertas… hasta que, gracias a Julio (siempre agradecido mi bro) un amigo, encontramos el colegio donde Mateo estudia actualmente.

El primer año fue todo un desafío: adaptación, nuevas rutinas, profesores, amigos. Pero Mateo lo logró. Se enfrentó a los retos, tuvo momentos difíciles, pero salió adelante. Este año ya no tuvimos que buscar otro colegio, porque continúa en el mismo.

Hoy, al mirar atrás, veo todo lo que hemos recorrido. Hubo momentos de frustración, noches de incertidumbre, lágrimas y muchas preguntas sin respuesta. Pero también hubo risas, abrazos, pequeños triunfos que se sintieron enormes.

Si hay algo que quiero decirles a los padres que están en esta lucha, es que nunca dejen de creer en sus hijos. Ellos pueden, pero necesitan que nosotros seamos su voz cuando el mundo no los escucha. No se rindan. La educación de un niño neurodivergente no es solo su derecho, sino nuestra responsabilidad.

Y por encima de todo, nunca olviden que estos niños ven el mundo con una pureza y un amor que muchos de nosotros hemos olvidado. Y ese es el verdadero regalo.



Comentarios

  1. Qué bendición tener a tu esposa como gran apoyo. Fuerza y perseverancia su premio es ver a su hijo realizado.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares