TRABAJÉ EN UNA RADIO CRISTIANA

 


Era noviembre de 1999. Lima hervía bajo un sol indeciso, como si el verano quisiera anunciarse sin tener del todo el permiso del calendario. Yo venía intentando, a tientas, abrirme paso en los medios de comunicación. La radio había sido mi casa, aunque aún no podía llamarla hogar. Practicante por aquí, colaborador por allá. Pasajes, propinas, alguna que otra comisión si traía publicidad. Nunca un sueldo. Nunca un contrato. Y menos aún, beneficios de ley.

Soñaba, como muchos jóvenes comunicadores de aquella época, con algo que pareciera simple pero era casi utópico: estar en planilla, tener un sueldo decente y hacer lo que amaba. Hacer radio.

Recuerdo que aquel día llegué a casa cansado, con ese tipo de cansancio que no es físico sino existencial. El de quien se pregunta si está caminando hacia alguna parte o simplemente dando vueltas sobre sí mismo.

Mi madre, una mujer de fe firme desde que yo tenía 14 años, me esperaba como siempre con una palabra oportuna. Ella era cristiana de las que oran en silencio, escuchan emisoras AM y creen que cada cosa, incluso el cansancio de su hijo, tiene un propósito.

Dani, han anunciado un casting para locutores en una radio cristiana. Acabo de escuchar el spot. Creo que deberías ir.

Recuerdo ese instante con nitidez. Su mirada tenía la misma mezcla de esperanza y ternura con la que te alientan antes de un examen difícil. Me dio la dirección Jr. Huancayo 288, piso 7 Centro de Lima. Y con ese empujón sagrado, allá fui.

No recuerdo el día exacto, pero sí recuerdo la escena. Al llegar, me encontré con una sala repleta. Más de cien personas esperaban su turno. Algunas conocidas, otras no. En medio de aquel bullicio de voces soñadoras, me reencontré con viejos amigos de la radio: Leví Flores, Julio López... Todos buscando lo mismo. Un lugar. Una oportunidad. Un micrófono.

El proceso fue largo. A algunos les decían “gracias por venir”. A otros, “espere un momento”. Y así pasaban las horas, las pruebas, los nervios.

Cuando llegó mi turno, hice lo que mejor sabía: hablar con el alma, aunque la voz temblara un poco. Al final, quedamos pocos. Muy pocos. Tres, quizás cuatro. Una especie de recta final improvisada. Y ahí me enteré que habían decidido darme una oportunidad a prueba. Una semana. Luego se vería.

Recuerdo especialmente la reunión con el gerente de la radio, un empresario cristiano, de esos que saben de Biblia, pero también de números. Me miró fijamente y me preguntó:

¿Cuánto quieres ganar?

Yo, deslumbrado por la oportunidad y con la voz de mi madre en la cabeza, respondí con una frase que hoy me hace sonreír.

Lo que sea la voluntad de Dios…

Él sonrió, pero sus ojos brillaban con el cálculo de un empresario.

Muy bien, te vamos a pagar 500 soles.

Y así fue. No hubo contrato. No hubo planilla. Solo recibos por honorarios y la promesa "de servir a Dios a través de las ondas radiales".

Podría decir que me sentí estafado, pero no. Me sentí feliz. Estaba ganando dinero haciendo lo que amaba. Por primera vez. Había una silla, un micrófono y un turno que llevar. Y eso, para mí, era el cielo.

Permanecí en esa radio casi diez años. No seguidos. Hubo idas y vueltas. Pero siempre volví. No porque me ataran las condiciones, sino porque me unía el propósito.

Renové formas, incomodé estructuras, desafié la solemnidad del “Aleluya” constante con una radio que competía con los grandes medios comerciales. No fui a predicar. Fui a hacer radio de verdad. Buena, profesional, con alma.

Aprendí que no se trata solo de talento. Ni siquiera solo de fe. Se trata de persistencia, de aguantar cuando nadie cree en ti. De escuchar a tu madre cuando ya no tienes fuerzas. De saber que Dios no es excusa para explotar, sino un motivo para dignificar.

Hoy, cuando miro hacia atrás, sé que ese casting fue mucho más que una prueba. Fue una puerta. Y la puerta, aunque angosta, me llevó a una carrera que hoy sigue viva.

Ese número se me quedó grabado como si lo hubieran tallado en piedra. No era mucho. Ni siquiera era suficiente. Pero para alguien que había estado dando vueltas por radios que solo pagaban pasajes o regalaban una que otra propina, esos 500 soles eran mi primer “sí” formal. Mi primer boleto —aunque sea en el último asiento— al mundo de los que viven de su vocación.

Regresé a casa con una mezcla de orgullo y ansiedad. Mi madre me escuchó desde la cocina y se adelantó: "¿Cómo te fue, hijito?"
"Me contrataron."
Sus ojos brillaron, su sonrisa fue como una vela encendida en una habitación oscura. "Dios es fiel", dijo con un suspiro de alivio. Y sí, lo era.

Así empezó todo

Durante esos primeros días en la radio, me di cuenta rápidamente de algo: no bastaba con tener buena voz. Había que tener alma. Había que hablar no solo para los oídos, sino para las heridas de la gente. Y aunque el formato era cristiano, yo no quería sonar como todos los demás: pausados, ceremoniosos, como si estuvieran narrando desde una nube. Yo quería hacer radio de verdad.

Y lo hice. Con respeto, sí. Pero con pasión. Con dinamismo. Y con algo que nunca me faltó: autenticidad.

Con el tiempo me fui ganando un lugar, no solo frente al micrófono, sino en el corazón de la audiencia. Cambié saludos de paz por preguntas incómodas. Cambié la solemnidad por cercanía. Quería que la gente encendiera la radio y sintiera que alguien les hablaba al alma, pero también les hacía pensar, cuestionar, despertar.

En esa radio aprendí mucho más que técnicas de locución. Aprendí que servir a Dios no significaba regalar tu trabajo. Aprendí que el verdadero llamado no está peleado con la dignidad laboral. Aprendí que muchas veces el propósito empieza con un "sí" pequeño, un “sí” sin garantías, pero con fe.

Hoy, cuando miro hacia atrás, agradezco a cada una de esas radios donde trabajé por pasajes. A cada jefe que no supo valorar, porque me enseñaron a valorar yo mismo lo que hacía. Pero sobre todo, agradezco a mi madre. Porque si ella no hubiera escuchado esa emisora esa mañana, si no hubiera anotado esa dirección de Jr. Huancayo 288, piso 7, quizás esta historia jamás habría comenzado.

Y sí, como te conté, esa radio fue mi casa por muchos años. Y aunque en algún momento me tocó incomodar, también me tocó renovar. Traje ritmo, traje ideas nuevas, traje una voz distinta a un medio que había estado hablando en blanco y negro.

Pero esa, querido lector, es otra historia.

Comentarios

Entradas populares