TENER MIEDO ESTA BIEN


Hoy desperté antes de que sonara la alarma. Diez minutos antes. Eran las 5:00 a.m. y, en lugar de sentirme descansado, sentí miedo.

No un miedo cualquiera. Era esa sensación que se te mete en el pecho y aprieta. Como si algo malo estuviera por pasar. Como si el día trajera una advertencia que no puedo descifrar.

Lo primero que hice fue pensar en mis hijos. ¿Dónde estarán hoy? ¿Quién sale más temprano? ¿Quién regresa tarde? Mi mente trataba de encontrar lógica en la inquietud. Pero el miedo no siempre tiene lógica.

Respiré hondo. Oré. Dejé mis temores en manos de Dios. A veces, es lo único que se puede hacer.

Me levanté, preparé café. Jairo también madrugó para ir a estudiar, así que lo acompañé al paradero. Mientras caminábamos, la ciudad aún despertaba. Todo parecía normal. Pero en el fondo, esa sensación volvía, en ráfagas, como si quisiera recordarme algo.

Y entonces lo entendí.

Todos cargamos con algo. Heridas que no se ven. Momentos que no se olvidan. Pensamos que el tiempo lo borra todo, pero no es cierto. Aprendemos a vivir con ello, a seguir adelante con las cicatrices aún ahí.

A veces, disfrazamos el dolor. Nos decimos que "ya pasó", que "todo está bien". Pero, ¿y si en lugar de esconderlo, lo usamos?

El miedo, la tristeza, la ansiedad… no son enemigos. Son parte de nosotros. Y si aprendemos a canalizarlos, pueden convertirse en la chispa que encienda algo más grande.

No pongas una curita sobre tu historia. No tapes el dolor con frases hechas. Úsalo. Convierte lo que te dolió en la razón por la que sigues de pie.

Que el miedo no te frene. Que el pasado no te ancle. Que cada cicatriz sea prueba de que sigues avanzando.


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