INFLEXIÓN: Cuando Solo Queda Ser un Better Man

 


Este último fin de semana volví a ver Better Man, la biopic sobre Robbie Williams. Y una vez más, la película me dejó una enseñanza distinta. Me pasa a menudo con las películas que realmente me impactan, cada nueva visualización me lleva a una reflexión diferente, me muestra detalles que antes no noté, y me ayuda a conectar con momentos profundos de mi vida.

La primera vez que la vi, la historia me transportó al pasado, a mis recuerdos con mi ángel, mi tía abuela Hortensia. Ella fue una de esas personas que dejan huella, alguien que me acompañó en los buenos y malos momentos de mi vida, hasta que partió con el Señor. No es que la hubiera olvidado del todo, pero a veces, con el ritmo del día a día, dejamos de pensar en ciertas cosas. Sin embargo, esa primera vez que vi la película, sentí que me reconectaba con su presencia, con ese amor incondicional que nos rodea incluso cuando ya no podemos verlo.

Este fin de semana, al volver al cine con la familia, la historia me habló desde otro ángulo. Esta vez, lo vi desde la perspectiva de Robbie Williams y su padre, un hombre que lo abandonó de pequeño, que apareció solo cuando las circunstancias lo obligaron o cuando le convenía. Primero, por la insistencia de la madre y la abuela de Robbie, cuando él ya estaba terminando la secundaria. Luego, en momentos estratégicos, cuando parecía que la cercanía con su hijo podía beneficiarlo de alguna manera.

Y en ese punto, la película tocó una fibra personal.

No porque haya vivido lo mismo en carne propia, sino porque lo he visto desde otra perspectiva: la de mis hijos.

Cuando su madre y yo nos divorciamos, ella fue quien se alejó primero. Se marchó y, durante años, solo aparecía esporádicamente. Al principio, cada tres o seis meses. Yo podía notar que no lo hacía realmente por ellos, sino por el sentimiento de culpa. Buscaba calmar su conciencia más que reconectar con sus hijos. Venía, cumplía con ese pequeño acto de presencia, y luego desaparecía de nuevo, como si el simple hecho de estar un rato con ellos la eximiera de cualquier otra responsabilidad. Y así fue durante años… hasta que un día, simplemente, dejó de buscarlos.

Y sí, si por alguna casualidad estás leyendo esto: tus hijos siguen aquí, han crecido, y están bien. Gracias a Dios.

La película me recordó esa realidad cruda, hay padres que priorizan su propio bienestar por encima del de sus hijos. Que solo buscan su conveniencia, sin medir el impacto que eso deja en la vida de quienes deberían ser su prioridad. Es un egoísmo disfrazado de afecto, una presencia intermitente que solo sirve para calmar su propia conciencia, no para construir un vínculo real.

Pero la historia de Better Man no se detiene ahí.

Porque más allá del abandono y del daño, hay una lección más profunda: la del perdón.

Robbie Williams vivió atado a las palabras y acciones de su padre, a las heridas emocionales que arrastró durante años. Y aunque la película solo nos muestra una parte de la historia—porque nunca podremos saber con exactitud todo lo que ocurrió en su infancia—es evidente cómo esas cicatrices lo marcaron.

Vemos a un hombre que, pese a la fama y el éxito, se hunde en la depresión. Un hombre que intenta silenciar su dolor con alcohol, drogas y relaciones vacías. Un hombre que se encuentra al borde del abismo, casi sin retorno.

Y llega ese momento crucial: su inflexión.

Porque la vida, tarde o temprano, nos pone en ese punto.

A veces, es el divorcio. Otras, la muerte de un ser querido. A veces, es la traición de alguien en quien confiábamos. O el darnos cuenta de que muchas de las personas a nuestro alrededor están ahí solo por interés. Hay momentos en los que sentimos que a cada paso que damos (como en un campo minado) hay una bomba que explota bajo nuestros pies. Y cuando eso pasa, solo tenemos dos opciones:

  1. Hundirnos.
  2. O salir a flote.

Robbie Williams eligió la segunda opción.

Primero, enfrentó sus demonios. Se encerró en una habitación y rompió con sus adicciones. Porque no puedes sanar si sigues atado a lo que te destruye.

Luego, eligió perdonar.

No porque su padre lo mereciera. No porque lo que hizo estuviera bien. Sino porque él mismo necesitaba liberarse.

Y esa es la verdadera enseñanza: el perdón no es un regalo para el otro, es un regalo para uno mismo.

Perdonar no significa justificar. No significa olvidar. Significa romper las cadenas que nos mantienen atados al dolor.

Y después de eso, Robbie Williams encontró su última lección: la gratitud.

Agradecer, a pesar de todo. Agradecer la oportunidad de seguir adelante. De reconstruirse. De ser mejor.

Por eso, al final de la película, lo vemos hacer algo simbólico: subir nuevamente al escenario, invitar a su padre a cantar con él, y cerrar un capítulo inconcluso de su infancia. No porque su padre lo mereciera, sino porque él había decidido sanar.

Y esa es la razón por la que te recomiendo ver Better Man.

No es solo una película sobre un artista famoso. Es una historia sobre lo que significa llegar al límite, sobre enfrentar nuestros demonios, sobre elegir—porque siempre es una elección—si nos hundimos o si encontramos la manera de salir a flote.

Así que, si tienes la oportunidad, ve a verla. Pero no solo con los ojos de espectador. Mírala con los ojos del que busca aprender. Del que quiere entenderse mejor.

Tal vez, en algún punto de la historia, encuentres también tu propio momento de inflexión.

Y cuando llegue, recuerda esto: siempre puedes elegir ser un Better Man.








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