PADRE POR PRIMERA VEZ

 


Bienvenidos nuevamente a mi blog. Hoy quiero compartir una historia muy especial que marcó un antes y un después en mi vida. Hace algunos años, viví un tiempo en Chincha, una ciudad ubicada al sur de Lima, conocida por su cultura, sus vinos, su deliciosa gastronomía y, para muchos, por ser la cuna de campeones. Pero para mí, Chincha es mucho más que eso: es el lugar donde nació mi hijo Jairo.

Corría el año 2006 cuando me encontraba en una etapa de estancamiento laboral en Lima. Fue en ese momento que uno de mis grandes amigos, Manuel Cuba Bonifacio, me hizo una propuesta que no pude rechazar: mudarme con mi familia a Chincha. Él, un broadcaster con una carrera admirable en televisión y radio, me ofreció una casa y todas las facilidades que necesitábamos. La única condición que puse fue que pudiese movilizarme a Lima cuando fuera necesario, ya que Jairo iba a nacer allí y quería asegurarme de que todo estuviera en orden para su llegada. Con todo eso acordado, partimos hacia Chincha.



La ciudad me recibió con los brazos abiertos, y aunque era tranquila –tal vez demasiado tranquila para mi ritmo de vida acostumbrado–, me fui adaptando. Era extraño ver cómo todo se detenía a las dos de la tarde y no se reactivaba hasta las cuatro o cinco, algo totalmente nuevo para mí. Durante los fines de semana, escapaba a Lunahuaná, Pisco o la Huacachina en busca de diversión, pero en general la vida en Chincha era apacible. Todo estaba bien... hasta que Jairo decidió adelantarse.

Era el 24 de junio cuando nos dimos cuenta de las primeras señales, Jairo ya quería llegar. A pesar de que habíamos previsto su nacimiento para fines de junio o inicios de julio, las cosas no salieron como esperábamos. Con nervios y algo de desesperación, buscamos una clínica en Chincha que pudiera atenderla, pero no encontramos ninguna con las instalaciones adecuadas. Sin otra opción, nos dirigimos al Hospital San José, el más grande y antiguo de la ciudad.



Aquí fue cuando me di cuenta de algo muy importante: a veces, por más que planifiquemos todo al detalle, la vida tiene otros planes. Yo estaba listo para estar presente en el nacimiento de mi primer hijo, preparado con todo lo aprendido en las clases de psicoprofilaxis, pero las reglas del hospital no me permitían entrar. Me quedé afuera, esperando durante largas horas, sin saber qué pasaba detrás de esas puertas. Era sábado por la tarde, y no me moví de ahí hasta que, finalmente, el domingo a la una de la tarde, me dieron la noticia: Jairo había nacido, un niño grande y sano, de 53 cm y casi 5 kg.

La emoción de ver a mi hijo por primera vez es indescriptible. Entré y lo vi, tan fuerte y tan blanco que nunca olvidaré ese momento. Fue una experiencia que me enseñó una valiosa lección: por más que planifiquemos, la vida a veces tiene sorpresas. Y está bien.

Nos preparamos para los grandes eventos de nuestras vidas: un nacimiento, un nuevo proyecto, una mudanza, una inversión... Pero las cosas no siempre salen como las planeamos. Sin embargo, en esos momentos de cambio inesperado es donde encontramos grandes oportunidades. A veces debemos aceptar que nuestras expectativas no se alinearán con la realidad. Pero esos cambios pueden traer consigo grandes bendiciones.



Abrazando los Cambios Inesperados

Hoy quiero invitarte a reflexionar conmigo sobre el poder del cambio, sobre esa constante en la vida que nos mueve fuera de nuestra zona de confort y nos obliga a adaptarnos. Muchas veces, nos aferramos a nuestros planes y expectativas, convencidos de que tenemos el control total sobre lo que sucederá. Pero la realidad es que, por más que planifiquemos cada detalle, la vida tiene su propia manera de mostrarnos lo contrario.

Cambios inesperados como el nacimiento de Jairo en Chincha me enseñaron que es precisamente en esos momentos de incertidumbre donde encontramos la oportunidad de crecer. No se trata de resistirnos, de lamentarnos por lo que no salió como esperábamos, sino de abrirnos a la posibilidad de que las cosas sucedan de manera diferente y, a veces, mejor de lo que habíamos imaginado.

En la vida, cada desvío inesperado es una puerta hacia lo nuevo, hacia lo desconocido, y está en nuestras manos decidir si la atravesamos con miedo o con determinación. Puede que no entendamos en el momento por qué suceden las cosas, pero con el tiempo, los cambios revelan su verdadero propósito.

Aceptar el cambio requiere humildad, la humildad de reconocer que no siempre tendremos todas las respuestas y que, a veces, las mejores lecciones se aprenden cuando todo parece desmoronarse. Y en lugar de resistirnos, podemos decidir transformar esos momentos en bendiciones. Podemos reinventarnos en cada nuevo comienzo, adaptarnos y seguir adelante con una actitud positiva.

Robert Barriger dice: "El hombre que no está dispuesto a cambiar constantemente está destinado al fracaso". Creo firmemente en eso. La vida es un viaje lleno de sorpresas y vueltas inesperadas, y nuestra capacidad para abrazar el cambio define quiénes somos y quiénes llegaremos a ser.

Este post es una invitación a que disfrutes del presente, a que abraces lo inesperado y transformes cada cambio en una bendición. Aprende a fluir con la vida, a confiar en el proceso, y a encontrar la paz en medio de la incertidumbre. Los cambios no solo son inevitables, sino necesarios para nuestro crecimiento.

Así que, cuando la vida te presente un giro inesperado, no te resistas. En lugar de eso, ríndete a él, acéptalo, y descubre lo que puedes aprender en ese nuevo camino.

Nos vemos en el camino.





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