OCTUBRE, HALLOWEN Y PRE NAVIDAD

 


Quisiera contarte tantas cosas...

Octubre, para mí, siempre ha sido un mes especial. No solo por los recuerdos entrañables que mi padre y mi familia me dejaron, sino también por las tradiciones que formaron parte de nuestra vida. En esos años, mi familia era profundamente católica y devota, especialmente del Señor de los Milagros, el símbolo más importante de fe en Lima.

 

Es curioso, porque aunque no me considero experto en las tradiciones católicas, hay algo en este mes que me transforma. Octubre es el inicio de una temporada que me conecta con la fe de manera única. Disfruto intensamente el aroma del palo santo y los turrones, la música y el eco de las bombardas que anuncian la procesión del Señor de los Milagros. Ver la fe de la gente me conmueve hasta las lágrimas; me hace pensar en cómo esa devoción puede sostener la vida de las personas.

 


Es una fe profunda, una fe que admiro. Me esfuerzo para poder alcanzar algo parecido, pero a mi manera: una fe que sea intrínseca, que no busque resultados inmediatos, sino que se someta a algo más grande que yo, algo superior. Y es que cuando las fórmulas se me acaban, cuando ya no sé cómo salir adelante, dejo todo en manos de Dios.

 

Octubre también es el mes de Halloween, y eso me hace recordar algo que siempre fue tema de debate en casa. Mientras muchas familias celebraban, en mi hogar había una resistencia peculiar, Halloween era visto como algo “oscuro”, y disfrazarse o decorar la casa con telarañas y calabazas era visto casi como una falta a nuestra fe. Podía parecer algo gracioso, incluso un poco ridículo pensar que “perderás la salvación si te disfrazas ese día”. Quizá de esa prohibición nace mi fascinación por “The Walking Dead”, las películas de terror y las viejas leyendas urbanas de nuestra ciudad, pero ver la serie (TWD) se ha convertido en un escape y, para mí, es un ritual anual. La he visto tantas veces que ya hasta podría contar cada detalle de la historia, y la escena en que muere Glenn todavía me deja un nudo en la garganta.

 


Ahora, como adulto, soy más flexible y trato de que mis hijos disfruten de estas fechas, ayer dijo un amigo y pastor “La luz, alumbra mejor en la oscuridad, ¿qué de sentido tiene ser luz en la luz?”. Dejo a mis hijos que celebren de forma divertida, que se disfracen si quieren, pero sin perder de vista el sentido de nuestra fe y su relación con Dios.

 


Otro recuerdo que me invade en octubre es la tradición de planificar la Navidad en familia. Cuando era muy joven y ya estaba trabajando, octubre era el mes en que me sentaba con mi madre a idear cómo haríamos para que mis hermanos menores disfrutaran al máximo. Nos organizábamos, hacíamos presupuestos y calculábamos cada detalle: el pavo, los adornos, la ropa nueva y, por supuesto, la pintura para la casa. Era una tradición; al llegar noviembre, la sala y la fachada tenían que estar impecables. Todos aportábamos un poco, y mis hermanos pequeños, que aún no ganaban su propio dinero, ayudaban lijando y pintando. Así ganaban también su espacio en la celebración.

 

Esos recuerdos son lecciones que quiero transmitir a mis hijos. A veces, en el intento de darles todo aquello que nosotros no tuvimos, olvidamos enseñarles el verdadero valor de las cosas. Cuando Mateo, mi hijo, era pequeño, pensaba que el dinero simplemente salía del cajero automático o que, con solo pasar la tarjeta, ya se tenía lo necesario. Y al final debemos enseñar o hacerles entender que cada cosa que damos, sea tiempo, dinero, o un simple detalle, lleva un pedazo de nosotros.



Cada sol invertido, cada hora trabajada, no es solo un medio para obtener cosas, sino un acto de entrega, de construir un hogar y de demostrarles a quienes amamos que siempre, a pesar de las dificultades, estamos ahí. Que cada sonrisa que les damos, cada momento compartido, es un recordatorio de que estamos tejiendo algo más grande, algo que, ojalá, ellos también sientan el deseo de transmitir algún día.

 

Así que, al final, ese es mi deseo: que mis hijos no solo reciban, sino que aprendan a dar; que valoren no solo lo que tienen, sino el esfuerzo y la vida que hay detrás. Porque de eso se trata, ¿verdad? Vivir no es solo pasar los días, sino dejar algo auténtico en cada uno de ellos, para que, cuando ellos también miren atrás, encuentren recuerdos llenos de amor y propósito.

 

Nos vemos en el camino.

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