DESPUES DE LA TORMENTA: ME DIVORCIÉ ¿Y QUÉ?
Esto pasó hace 13 años y lo recuerdo como si fuera ayer, el día en que sentí derrumbar mi mundo. Mi matrimonio de 6 años había llegado a su fin, y me encontré solo, con dos hijos pequeños que dependían de mí. Jairo, de 5 años, y Mateo, de 3 años, quien había sido diagnosticado con autismo en grado 1, también conocido como Asperger. La noticia del divorcio me golpeó como un rayo en un día soleado. Me sentí perdido, engañado y abandonado. Mi ex pareja había decidido dejar la relación y buscar “una nueva vida”, sin importarle el daño que causaba a nuestros hijos.
Me sentí como si viviera un infierno en la tierra, y no entendía “por qué Dios me había abandonado”. Me preguntaba qué había hecho mal, qué había fallado. Me sentí culpable, responsable de la ruptura de mi familia. La depresión y la ansiedad me consumían, y sentía que no podía seguir adelante. Pero en medio de la tormenta, encontré la fuerza para seguir adelante gracias a mis hijos. Mateo, con su condición autista, necesitaba de mí más que nunca. Y Jairo, con su inocencia y amor, me recordaban que la vida valía la pena.
Aprendí que el amor de un padre o una madre es irremplazable, y que la paternidad o maternidad es algo a lo que no se puede renunciar.
Agradezco la ayuda de amigos, psicólogos, sacerdotes y pastores que me apoyaron en ese momento difícil. Me enseñaron a aceptar la condición de Mateo y a encontrar la fuerza para criar a mis hijos solo. Me mostraron que la vida no se detiene, que hay que seguir adelante, sin importar lo que pase.
Entendí que las cosas no pasan “por algo”, sino, “para algo” mejor.
Pero lo más importante que aprendí es que en momentos de oscuridad, debemos buscar la luz en nuestro interior. Debemos aferrarnos a nuestra fe, a nuestros hijos y a nuestra vida. No debemos dejar que las circunstancias nos definan, sino que debemos tener la fuerza de definirnos nosotros mismos. No debemos buscar escapes en adicciones o comportamientos destructivos, sino que debemos buscar la sanación en Dios y en nuestro interior.
Con el tiempo, entendí que las cosas suceden para que podamos crecer y aprender. Empecé a tomar conciencia y mejores decisiones en la vida, me empezó a ir mucho mejor. Me di cuenta de que había personas que me querían y me apoyaban. Me di cuenta de que la vida es un regalo.
Quiero compartir mi historia para inspirar a otros que estén pasando por situaciones similares. No estás solo, y hay esperanza después de la tormenta. La vida puede ser dura, pero con amor, fe y determinación, podemos superar cualquier obstáculo. No te rindas, no te desanimes. Levántate, sonríe, y sigue adelante, la vida es HOY, y hay que aprovechar cada momento. Aférrate a tus hijos, a tu vida y a tu fe, pero nunca te rindas.
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